Este fin de semana pasado he corrido la media maratón de Barcelona. Los 21.097 metros, que se dice rápido. Esperaba ilusionado la fecha de la carrera. Transcurría ésta por mi ciudad y recorría sitios emblemáticos como por ejemplo las Ramblas. Todo hacía presagiar un gran evento. Y sin embargo, fue un absoluto desastre. Barcelona, tan orgullosa siempre y a la que tanto le gusta alardear de su espíritu olímpico, demostró una vez más no estar a la altura de importantes ciudades europeas como París, Londres, Lisboa, Berlín o la misma Madrid.
La organización fue penosa. Hasta el kilómetro 15 no pude probar el agua. Y me consta que hubo gente que tuvo que correr la prueba sin beber ningún líquido. ¿Cómo es posible que en una media maratón se agoten los botellines cuándo más de la mitad de corredores aún han de pasar por el puesto de avituallamiento?. Eso en el kilómetro 5. En el 10 más de lo mismo. Y en el 15 pillé líquido de milagro y tras mentar a media familia de los que allí estaban. Luego nos rasgamos las vestiduras cuando ocurre alguna tragedia. Y siempre cargamos contra el corredor. Que si la gente no se prepara, que si el tipo no es consciente del esfuerzo que va a realizar... Pues no. No hay más culpable que un ayuntamiento al que le viene grande la organización de cualquier prueba atlética. No ocurren más muertes o accidentes en el panorama atlético popular de milagro, porque correr una media sin agua es jugarse la vida. Y la historia se repite una vez si y otra también. Por cierto, si el dinero de la carrera se destina a crear puestos de avituallamiento que luego están vacíos, ¿a dónde va ese dinero?. ¿Nos lo reembolsarán ya que pagamos un servicio que finalmente no obtenemos?. Para otro fórum de las culturas, supongo. Eso en cuanto a organización. En cuanto a la población, un cero patatero. Penoso, bochornoso. Nadie, absolutamente nadie en las calles animando. Una vez más me remito al resto de ciudades europeas, donde la gente se vuelca con este tipo de eventos. Nada que ver con la sosería y la desidia de los barceloneses. Durante toda la carrera tuve que aguantar a los domingueros de turno con sus bocinas, indignados porque les cortaban las calles durante un par de horitas. Incluso hubo un conato de pelea entre un guardia urbano y un lerdo obeso al que alguna enfermedad coronaria pondrá en su sitio a su debido tiempo. La entrega de trofeos también fue esperpéntica. Se procedió a la misma cuando aún faltaban más de la tercera parte de corredores por cruzar la meta. Y todo esto con poco más de 1.000 atletas inscritos. Las previsiones eran de 3.000. Suerte que hasta en esto se equivocaron, que si no...